Creo que comparar una novela con una habitación sería un
símil muy gráfico que nos permitiría a partir de él, hablar de esas
habitaciones amplias pero vacías con algunos cuadros aparentes, colgados de sus
paredes pero sin lugar en el que sentarse, sin mesa en la que poder ponerse a
comer y sin comida y sin agua. O esas habitaciones que se parecen a otras,
imitadoras, sin sustancia, con olor trasnochado. O esas habitaciones llenas de
muebles de mírame y no me toques, que se desmoronan en cuanto los usas. O esas
habitaciones que se han conformado según la última ventolera que pasó por su
puerta. En fin.
Pues si una novela es un a modo de habitación, esta novela
de Daniel Sada es, o un almacén inagotable de delicias o un festín gramatical y
léxico para zampones que no correrán el peligro de ver agotadas las
existencias. Es decir, puedes entrar y comer hasta reventar o puedes entrar de
vez en cuando y llevarte un delicatesen.
Por ejemplo, lo que
escribe Daniel Sada sobre lo que le parece un profesor ignorante que es
interrogado por un alumno. Lo explica así: “… como hacen los profesores chachos
que por ser de medio pelo tienen que enredar lo simple y lo difícil saltárselo,
así que dada la chanza pues ¡órale!: el revolteo, y ahí tenemos los atores, en
principio, cual rebanes….” Pg. 635 de la edición de Tusquets (Junio 2001).
El prodigioso oído de Sada para captar el lenguaje mexicano,
en toda su salsa, con sus ritmos, sus trabalenguas, sus silencios y su
dinámica, hace que leyendo el libro, a ratos, te escuches expresándote como el
inefable Cantinflas de nuestra infancia: “… circulando en la estación de
autobuses, en concreto, menos-menos: y algo:¿Cómo?, ya recreo: pujante
fugacidad. No sin agregar, de paso, el frenesí incomparable de ir a orinar ¡a
capricho!... ¿Eh? De una vez: prevenirse, no fuera a ser en el viaje… ¡Fue
entonces que se dio prisa!” Pg. 95.
De hecho, si leyendo abandonas el fraseo del lector, frío y
neutro, y le metes el soniquete del güey zumbón, la lectura se desliza como
émbolo engrasado que hubiese encontrado su justo camino.
Otro ejemplo de su
creatividad. Dos personas hablan. Una no quiere preguntar directamente
lo que desea saber y la otra, sabiéndolo, no termina de confesar. Pues Sada va
y escribe: “Si mediante zarandajas de proximidad y chasco ni el preguntón
acertaba ni el otro le daba pistas, diose, en efecto, un rejuego de charadas
casicasi, y un < a ver… a ver… ya mero>, hasta que vino el sofreno.” Pg.
347.
O para decir un fajo de billetes: “Rollito billetoso” Pg.
350.
Por no hablar de ese inglés violado, sometido a la
disciplina del castellano donde lo que suena es lo que se escribe: “Di cuestión
is veri eslou, and anfiling for dobl entri… ¿And juat tu du in dis moment?” Pg.
342.
Hay más:
-Preguntas de un interrogatorio que se plantean y se
contestan cuando el narrador tiene a bien o no. Fiel reflejo de lo que puede
ser una investigación de asesinato en este país.
-Dos sueños que se pelan por explicarse y el narrador entremedia
tratando de poner orden.
Y así durante casi setecientas páginas para explicar algo
cotidiano y normal en México: El asesinato de unas decenas de personas por el
simple hecho de protestar por lo que ellos creen una injusticia. El libro se
publicó en 1998.
A finales del año pasado, 2014, 43 alumnos de Ayotzinapa,
ciudad del Estado de Guerrero en México, fueron secuestrados y asesinados, no
se sabe con certeza, si por narcos o políticos corruptos o por ambos, en
acostumbrada complicidad.
Desde España a cualquiera se le puede ocurrir pensar que
Sada es un adivino que hace previsiones y adivina el futuro. Pero en México
decir que desde hoy y en un año morirán asesinados unos cuantas miles de
personas es algo que todo mexicano sabe y además en muchos de ellos el verdugo
quedará impune.
Así que Sada no es un adivino, es un creador que se remueve
incomodo, estupefacto y un mucho resignado ante una situación, ante la que una
tragedia griega no llega ni a aperitivo. ¿Qué queda pues? Pues por ejemplo,
escribir esta novela que en su forma refleja un poco de esa sinrazón,
sinsentido, confusión, anarquía que lleva a quitarle todo valor a la vida de un
ser humano. Una mosca, un gusano merecen el mismo respeto. Y eso es lo que hace
Sada en esta novela tan desmesurada en su planteamiento e ilación.
Una verdad que parece mentira. Una realidad que ojala fuese
una pesadilla.
La gramática, el léxico son retorcidos en busca de un fiel
reflejo de lo que ha llegado a ser el respeto por la vida de las personas en
México. Daniel Sada no ha encontrado mejor manera de comunicarnos la impotencia ante esta
situación. Y bien que lo consigue. Un festín de palabras en frases
contorsionistas para contar un festín de buitres trajeados y uniformados.
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