Recuerdo hace unos añitos cómo eran recibidas las películas
“nuestras”. Con regocijo y rechazo, ambas reacciones extremas. Los había que se
mondaban de risa o de pena y los había, que sesudamente entregados a las
influencias externas arrugaban la nariz y ponían cara de absoluto asco. Sólo José Luis Berlanga parecía conciliar opiniones.
Hoy algunas de estas películas son contempladas con respetuoso silencio y
rondan nuestras mentes admisiones inconfesadas.
Gracias a quien sea, hace ya algunos años perdimos la
vergüenza de ser españoles sin libertad y con boina, y cada vez más disfrutamos
sin complejos de nuestras virtudes y nuestros defectos. Los últimos éxitos del
cine español se parecen a los últimos éxitos de la cocina española, de la moda
española, del deporte español y de la política española, no, perdón, que ésta
sigue igual. En fin, que nos miramos y nos damos menos asco, salvo en el caso
de la política como uno no se cansa de repetir. Como ha hecho Paco León en su
película. Y es que no es para menos, si no para más.
La segunda película que ha realizado este atrevido director, arrebatado
por la recia personalidad de su madre tiene defectos: Sobreactuación, poca
originalidad, demasiado Almodóvar en la salsa, y un tufo de complacencia que
deja ver el músculo fatuo del amor a uno mismo, cosa que yo siempre disculpo y
que no hace falta explicar. Sin embargo, pasado el tiempo, no tengo la menor
duda de que las dos películas de Paco León, así como la fantástica saga de
Santiago Segura sobre su irrepetible “comemierdas” Torrente y algún otro film
costumbrista de parecida factura serán visionados más con la intención de ver
como respirábamos y nos enfrentábamos a nuestras miserias que disfrutar de unos
momentos de ocio. Porque hay mucha mala leche y mucha pena debajo de tanta
risa.
Así, como somos nosotros.
Si uno viaja por el país e interrelaciona con los naturales
de cada sitio, raro será aquél en el que no encuentre a un parroquiano que no le
diga que su pueblo es el que más bares tiene de todo el país, que los más
brutos también tienen el honor de nacer allí…….. y, signo de modernidad y de
cómo nos ha cambiado la democracia, añadirá que los dos últimos alcaldes han
sido unos corruptos. Y se quedará tan pancho.
Y es que no conocemos otra forma de exorcizar nuestras
miserias que aireándolas y esperar que la naturaleza de lo público con la
fresca brisa de la exposición oreé las sabanas de nuestros más hediondos tufos.
No otra cosa hay en la película, mas me es fácil imaginar a
Paco León dándole vueltas al hecho de que de entre tanta basura surjan flores
como la que retrata en la película, sea este retrato fehaciente copia de su
madre o no. Todos hemos podido contemplar en nuestra vida a este tipo de seres
humanos tan bien plantadas en la vida. Con los pies en el suelo, porque cojones
no tienen, y tirando p’alante contra viento y marea. Bebiéndose la vida a
bocados a la vez que conscientes de que la vida las trituraba. Yo he tenido la
suerte de conocer a dos, aunque ninguna era mi madre, pero me sirvieron de
esperanza y gozo.
En las películas está la parte técnica y la parte artística.
Los dos aspectos bien desarrollados dan para un producto equilibrado pero no
siempre son garantía de óptimo resultado. Cuando la parte técnica prima, el
tornillo entra bien en la tuerca, pero la vida está en otra parte.
El arte se cisca siempre en las riendas y las acepta a
regañadientes, nunca con complicidad, porque hacer camino es su objetivo y si
no hay carretera, hay camino y si no tenebrosa senda que cruzar. Lo primordial
es llegar. Como Carmina.
Sólo me ha crujido un poco esa debilidad reaccionaria, o
pudor de hijo, de no permitir a la buena mujer darse un revolcón con el negro.
Morirse con esa espinita le pone al personaje un pizquita de debilidad. Una debilidad
que yo también pude ver en los dos ejemplos de los que he hablado antes. O quizás no sea crujido y lo que yo tomo por
debilidad sea un respeto más allá de toda prepotencia a eso que somos, tan
frágil y bello, que aunque hay que tratarlo con respeto hay que evitar
rallarlo.
Mi consejo es que hay que ver la película, aunque sólo sea
por la lección magistral sobre el chocho colgón, que bien lo vale, a pesar de
no ser perfecta en su transcurrir porque al fin y al cabo se parece a la vida.
¿Y quién no ha sacrificado alguna vez un formulismo, una norma, una corrección
para poderse llevar algo de provecho al corazón? Pues eso.
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