Antes de que se decidan los Oscares
y pueda suceder que le den a Gravity algo más que las gracias, quiero decirle a
los socios de La Academia de
Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, no hay nada como ver de qué
presume uno para saber de qué carece, que se lo piensen bien y no le den el
premio a la que más convenga a los intereses económicos en vez de a la de más
calidad y no hagan como en Eurovisión, que ellos sí que tienen donde elegir.
Al ver Gravity me quedó el regusto de sentir que podía haber
sido otra cosa pero que se había quedado en una película de cowboys, con una
vaquera de protagonista, y me acordé de Moon, una película también de
ciencia-ficción del 2009, no sé por qué.
Guardaba un recuerdo de ella no muy preciso. Así que la vi de nuevo.
En seguida me di cuenta de que
el recuerdo se había disparado por contraste y semejanza. Algo muy raro. ¿Y en
qué consistía ese contraste y esa semejanza? Pues en que una era una película
profesional y la otra buscaba sin abandonar la profesionalidad el más allá de
toda obra de arte. Y las unía el hecho de que ninguna de las dos había
conseguido el objetivo de convertirse en película de referencia.
Cuando uno hace una película con
Sandra Bullock y George Clooney no busca hacer arte, busca entretener, hacer
pasar un buen rato. Y este film lo consigue. Pero las imágenes del espacio, tan
extraordinarias, y el planteamiento de estar flotando en el todo o en la nada,
según se mire, aparta a Gravity de una mera película de aventuras con un cowboy
simpático y parlanchín, generoso y competente y una valerosa dama con arrestos,
para meterla en ese campo del simbolismo que tan buenos rendimientos le da al
cine en particular y al arte en general. El símbolo: Eso que late en la
película que estás viendo pero que parece que no es el tema. Ese simbolismo que
ha hecho de Blade Runner una obra de arte cinematográfica imperecedera.
Aquí en Gravity no late porque
el guionista no está por la labor, no era eso lo que pretendía. Así la pequeñez
del hombre frente al Planeta en el que vivimos, nuestra implacable labor de
destrucción del mismo, nuestra soledad materializada en ese estar dentro de la
segunda piel del traje de astronauta como todo nuestro universo vital y nuestra
exposición a cualquier fenómeno gravitacional quedan como meros episodios
anecdóticos de la historia para centrarnos en la consabida lucha por la supervivencia.
Pero el símbolo es cabezón y nadie lo mangonea. Revolotea durante toda la
proyección.
Cuando al final vemos a la
protagonista ponerse de pie y echar a andar, de nuevo en la Tierra, caemos en la
cuenta de que hemos visto una película de aventuras, entretenida, y los conatos
del símbolo se quedan como algo fortuito. Que el final del film hubiese rondado
el hecho de que el cuerpo de la astronauta quedase flotando en el espacio
camino de la nada hasta morir le habría
dado a la historia una dimensión más ambiciosa pero menos comercial. El final
es una declaración en toda regla de que el negocio es el negocio. El arte ya lo
harán otros.
En Moon pasa un poco al revés. Ya
el que la historia esté armada sobre el concepto de lo que conocemos como “clon”
demuestra que la intención del director es enfrentarnos con una película dónde se
reflexiona sobre quién soy yo, que recuerdos son ciertos, cuales he inventado,
a dónde me lleva la soledad, las mil personas que somos cada uno de nosotros,
etc., etc. No quiere ser una película comercial. Y casi lo consigue, si no
hubiera sido, primero por esa pandilla que viene a hacer limpieza a la luna y que nos mete de
lleno en la dicotomía de las películas planas, con buenos y malos, y segundo
por esa voz en off que nos informa de que el clon en la Tierra y sus confesiones
han puesto en aprietos a la empresa que dirige el negocio lunar y la
posibilidad de que el clon sea un chiflado o no, lo que nos introduce en el
mercadeo tan actual de que lo que no es verdad es mentira. Como se ve, buenos y
malos, verdades y mentiras, aderezos para una ensalada pero no para un plato
exigente. Eso y unos diálogos que no acaban de sumergirnos en el desconcierto
de verse a sí mismo más joven y activo. Con lo que eso podía haber dado de sí.
Y así, una porque no se ha
querido y la otra porque no se ha podido, estas dos películas se quedan en meras
películas del cine de entretenimiento.
El que le den, o no, uno o
varios Oscares a Gravity no altera el producto.
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