No suelo leer mucha literatura española si me sacan de los
clásicos y cada vez que lo hago sufro una decepción.
Siempre que viajo al extranjero, a modo de ritual, me doy de
alta en la biblioteca de la ciudad en la que estoy y me compro algún libro en
español, a ser posible su autor también. Esta vez la ciudad era Berlín y uno de
los libros que me compré fue éste. En una librería regentada por un español,
Álvaro, nacido en Yecla y que está empadronado en Almansa. La librería mejor
surtida de libros españoles que hasta ahora he podido ver en el extranjero de
habla no hispana, incluida las ciudades de New York, París y Londres.
Yo he visto pasear el nombre de este autor por infinidad de
revistas y suplementos culturales de nuestro país. Ha recibido premios y
siempre hacia él he notado un respeto uniforme por parte de los críticos que lo
han reseñado. Así que me compré este volumen de cuentos. Lo he terminado y la
consideración más insistente que me ha venido a la mente ha sido: ¡Qué daño ha
hecho a nuestro país la dictadura franquista! Se ve en cada aspecto, en cada
rincón de nuestra sociedad, en los comportamientos, en las actitudes. Y se ve
en la temática de este libro. Ya sé que la dictadura acabó hace cuarenta años
pero sus efectos perniciosos tardaran en diluirse en el magma del tiempo.
Voy a poner un fragmento de un cuento:
“….un hombre
atrincherado en la cuarentena, sabedor de que en las malvas plateadas de sus
sienes hay ciertas vecindades con el agostamiento del capítulo sentimental,
donde las hierbas grises imponen su inminencia al otoño de los corazones…”
¿Lo han leído? Pues así todo el libro, así todos los
cuentos, más o menos. Una prosa impecable, de un léxico riquísimo, de una
variedad de juegos literarios inagotable, donde todas las figuras literarias
tienen su momento.
Lo he leído como acostumbro a leer a Gabriel Miro,
deleitándome en la prosa y obviando absolutamente el fondo, es decir la historia.
Los cuentos. Porque salvo uno en el que se cuenta la burla a un profesor caduco
y en el que asoma una cierta modernidad todos podrían ser cuentos de principios
del siglo XX o finales del XIX, siendo que este libro se publicó, asómbrense
ustedes, ¡en 1989!... ¿Quién escribe ahora así? cuando ya Borges, Cortázar,
Onetti y toda la banda del boom sudamericano había explotado y Cheever había
muerto.
¿Cómo un escritor tan bien dotado a finales del siglo XX
escribe con una perspectiva de los temas propias del costumbrismo de Galdós o
el mentado Miró?
Sus historias huelen a naftalina, alcanfor, jofaina y
orinal. Y a rincones de sacristía. A oficinas de funcionarios carpetovetónicos,
contemporáneos de la Tía Tula.
No tengo la menor duda del valor sociológico de muchas de
las manifestaciones culturales de este país como restos arqueológicos de una
época falta de libertad, de aire fresco de otras latitudes y del apocamiento y
la mustiez de muchos de nuestros artistas.
Juan Goytisolo se escapó y ahora veo en estos cuentos el
daño que su literatura podría haber sufrido.
No sé si Luis Mateo Díez se siente autor agraviado, perjudicado
y por lo tanto con derecho a indemnización por haberle impedido respirar un
aire más rico que a buen seguro hubiera hecho que su literatura no recordara a la de Clarín.
Y es que hoy en día la literatura funciona de otra forma.
Por ejemplo,
Leyendo el cuento que precisamente lleva el título del
libro, “Brasas de agosto”, yo recordé un cuento de Carver, que también va de
llegar a una ciudad de visita, un cuento con el que yo vibré, me quedé con la
boca seca al terminarlo. ¿Por qué? Porque mientras Carver escribía una prosa
mínima, al servicio de la historia, con personajes a pie de calle que nos
emocionaban, Luis Mateo Díez con una prosa excesiva ahoga la historia y los
personajes se nos hacen caricatura, increíbles.
Alguien podrá decir que es cosa de este autor…pero no, no lo
es, hay más. Escritores y escritoras de una riqueza léxica envidiable, de unos
recursos inagotables pero que no han sido capaces de enganchar ese virtuosismo
con la temática actual… muchos de ellos sumidos en las eras, las calles con
sereno y los portales dándose refriegas en tardes de toros y de futbol.
Cuarenta años estancados. Ahora costará coger el ritmo.
Este libro. Para leer sólo en caso de padecer de
sibaritismo.
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