Nada en esta película tiene pies o cabeza. Y mucho menos, no
sé, una línea narrativa, de guión o de algo que haga que lo que se está viendo
forme un todo homogéneo. Es un todo disparatado, inconexo, con un gran plantel
de actores, interpretando unos papeles que no pegan unos con otros ni por
casualidad. Uno está toda la proyección imaginándose al personal que suele
haber tras las cámaras, toda esa parafernalia de ayudantes, iluminadores,
cámaras, guionistas, director… tal es el nulo poder de embeleso del film.
Los dialogos, unas veces son estúpidos, otros pretenciosos,
otras banales.
Se puede decir, que si relacionamos el potencial
interpretativo con el resultado de la película resultante, estamos ante la peor
que he visto en mi vida.
Y todo, seguramente, porque conociendo como las gasta el
perpetrador a buen seguro del proyecto, no habrá dejado rincón del mismo sin
añadirle su toque. Me estoy refiriendo a Bob Dylan, que ya ha hecho incursiones
en el cine, todas con más pena que gloria.
Si les digo que es tan buen músico como mal actor, teniendo
en cuenta que para mí es el mayor músico del siglo XX en esto de la música
moderna, pues tendrán una idea de por dónde van sus dotes interpretativas. Peor
imposible. Estás embebido en los pocos duelos de calidad interpretativa que
protagonizan Jeff Bridges y John Goodman, aparece Bob Dylan, y casi se te
escapa… ¡Corten, corten!, ¿Quién es ese de las greñas?... en serio.
Exactamente no se que pretendía al escribir este guión, pues
parece que lo escribió él, si es que sabía lo que pretendía. Más parece un
experimento para olvidar que otra cosa.
Sólo la BSO de la película se salva.
Músico a tu música.
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