En esta novela de David Trueba lo primero que se te viene a
la mente una vez adentrado en sus páginas es que es una obra literaria de corte
impresionista. Las frases cortas se suceden, sin descansillo para la
descripción o la reflexión, siempre hay
un personaje haciendo algo. Estamos subiendo una escalera de imprevisible final
pero que nos lleva a alguna parte.
Son estas frases, como pinceladas, sin llegar al
puntillismo, que van definiendo la historia. Es una esplendida novela donde lo
simple del estilo enmarca la vida cotidiana, común, que el autor humilde y
compasivo, dos condiciones “sine qua non” para ser un gran escritor, retrata
sin que casi se sepa que anda por ahí.
No hay una gran construcción de personajes, los caracteres
no están muy definidos, pues la intención es precisar que es lo que les pasa a
los personajes, es hablar de la vida. Y como bien indica el título, la vida es
una pérdida constante. Y por lo tanto lo más beneficioso para nuestros
corazones y almas es aprender a perder. ¿Para qué queremos precisar los
perfiles de los personajes si inapelablemente le va a suceder lo que le tiene
que suceder?
Aunque el estilo de David Trueba no va a aportar nada nuevo
a la historia de la literatura y no marca una nueva senda a la escritura, sí
que lo hace su mirada.
En esta novela se entrelazan básicamente tres historias, la
del abuelo, la del padre y la de la hija de una misma familia. Y ninguna acaba
bien, ninguna es edificante pero las tres respiran la amabilidad de saber que
tiene que ser así. Que las cosas se acaban o se interrumpen o se quedan impunes
porque al margen de nuestros deseos todo se anuda y se entrelaza de manera que
si nos olvidamos de nosotros mismo no suena tan trágico. Todo está empezando y
terminando a cada instante y si aceptamos que algún día lo seguirá haciendo sin
nosotros, nuestra salud lo agradecerá.
Y si no, peor para nosotros, porque no hay otra forma.
Esa es la mirada moderna que recorre la novela, lo que la
hace actual, de nuestro tiempo. Un tiempo dónde Dios no ha muerto pero tampoco
es imprescindible. El ser humano es frágil, hasta el triunfador más exitoso es
un perdedor, y no hay refugio posible. Un triunfo, un fracaso, un momento
feliz, uno momento desgraciado, la vida, la muerte, todo es aprovechable.
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