Sí, ya se ve en la película que un padre y un
hermano están preocupados por la desaparición de su hija y hermana,
respectivamente, pero en la historia hay bastante más. Así que por qué no dejar
el título original, “Les Cowboys”, cargada de significado, en vez de practicar
esa ramplonería simplista a la hora de traducir los títulos, y llamarla “Mi
hija, mi hermana”, que sólo puede llevar a confusiones y hacer creer a alguien
que no sepa inglés, ni esté al tanto de las películas del oeste y que viva de
bollicaos y “realitisous” que en francés “mi hija, mi hermana” se dice “les
cowboys” y viaje a Francia y el pobre no se aclare. En fin.
Película muy entretenida que nos habla de
pérdidas, abandonos y desarraigos, ambientada muy oportunamente entre un grupo
de franceses, en la Francia rural, aficionados a la música country americana y
a sus bailes.
En este ambiente interfiere como no puede ser
de otra manera la actualidad del momento, que pasa, durante el transcurso del film,
por el atentado a las torres gemelas de Nueva York, el atentado de Atocha y el
ocurrido en Londres.
La tesis de la historia parece ser que si
creces desarraigado cualquier ventolera te puede llevar a saber dónde y hoy día
es bien claro que sobre las ventoleras variadas la más terrible es la que puede
llevar a nuestros jóvenes al fascinante y terrible mundo islamizado de la
región que todos sabemos.
El mundo islamizado que parece hipnotizar a
algunos de nuestros jóvenes (por ahora sólo a
aquellos que, por ascendencia, guardan ciertos lazos familiares con él,
esperemos que no se amplié el nicho, nunca mejor dicho, de captación) tiene
todos los elementos para hacerlo atractivo a la juventud: Es peligroso, es
prohibido y guarda el romanticismo propio de la desesperación y los perdedores.
Además las televisiones se encargan de hacerlos famosos. Irresistible.
En este escenario globalizado, la
desaparición de una adolescente occidental de ascendencia francesa marca para
siempre al resto de componentes familiares, especialmente al padre y al
hermano, no tanto a la madre, machismos al canto, que ya nunca verán su vida
libre de ese suceso.
El guion, irregular, que brilla en algunos
momentos, especialmente en mostrar el desvalimiento de una joven árabe educada
en la cultura musulmana cuando es introducida en el mundo occidental, acertada
reflexión, o en la escena final, tremenda de emoción, ha resuelto de manera
harto expeditiva el transcurso del tiempo y vemos más que una narración
continua y con ritmo un grupo de cortos pegados y tejidos por la presencia de
los mismos personajes y la misma historia pero sin una trabazón armoniosa que
obliga al espectador a tener que poner lo que el director no ha puesto.
Hay películas que triunfan más por el momento
de proyección y el tema tratado que por la excelencia propiamente
cinematográfica que poseen. Esta es una de ellas. Lo cual no debe
desmerecerlas. Pues el cine no deja de ser una de las artes más “aplicada”. Por
su alcance y por lo explicito de su fondo.
De lo que no estoy muy seguro es de que la
moraleja que se extraiga de la película no sea un tanto reaccionaria: Educar a
los jóvenes en libertad y en un escenario globalizado puede llevar a que
escojan equivocadamente. Lo que nos puede llevar a preguntarnos: ¿No será mejor
educarlos en una cultura más limitada, de costumbres constringentes, en un
rincón, para que así no caigan en la tentación?
O sea, lo de siempre. ¿Tanta libertad no es
peligrosa?
Eso plantea la historia, no en vano es de
producción americana, sobre franceses aficionados a la música más americana que
hay, que pierden a sus jóvenes en otro mundo ajeno, el musulmán. Por eso lo de
“mi hija, mi hermana” es una simpleza.
¿Qué me ha quedado de la película? Lo
indefensas, desvalidas que viven las mujeres musulmanas, eternamente niñas.
Morir con ochenta años, habiendo tenido hijos, un marido, llevado una casa, y
nunca haber sido adulta. ¿Se puede ser más cruel?
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