domingo, 17 de julio de 2016

Les Cowboys de Thomas Bidegain



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Sí, ya se ve en la película que un padre y un hermano están preocupados por la desaparición de su hija y hermana, respectivamente, pero en la historia hay bastante más. Así que por qué no dejar el título original, “Les Cowboys”, cargada de significado, en vez de practicar esa ramplonería simplista a la hora de traducir los títulos, y llamarla “Mi hija, mi hermana”, que sólo puede llevar a confusiones y hacer creer a alguien que no sepa inglés, ni esté al tanto de las películas del oeste y que viva de bollicaos y “realitisous” que en francés “mi hija, mi hermana” se dice “les cowboys” y viaje a Francia y el pobre no se aclare. En fin.
Película muy entretenida que nos habla de pérdidas, abandonos y desarraigos, ambientada muy oportunamente entre un grupo de franceses, en la Francia rural, aficionados a la música country americana y a sus bailes.
En este ambiente interfiere como no puede ser de otra manera la actualidad del momento, que pasa, durante el transcurso del film, por el atentado a las torres gemelas de Nueva York, el atentado de Atocha y el ocurrido en Londres.
La tesis de la historia parece ser que si creces desarraigado cualquier ventolera te puede llevar a saber dónde y hoy día es bien claro que sobre las ventoleras variadas la más terrible es la que puede llevar a nuestros jóvenes al fascinante y terrible mundo islamizado de la región que todos sabemos.
El mundo islamizado que parece hipnotizar a algunos de nuestros jóvenes (por ahora sólo a  aquellos que, por ascendencia, guardan ciertos lazos familiares con él, esperemos que no se amplié el nicho, nunca mejor dicho, de captación) tiene todos los elementos para hacerlo atractivo a la juventud: Es peligroso, es prohibido y guarda el romanticismo propio de la desesperación y los perdedores. Además las televisiones se encargan de hacerlos famosos. Irresistible.
En este escenario globalizado, la desaparición de una adolescente occidental de ascendencia francesa marca para siempre al resto de componentes familiares, especialmente al padre y al hermano, no tanto a la madre, machismos al canto, que ya nunca verán su vida libre de ese suceso.
El guion, irregular, que brilla en algunos momentos, especialmente en mostrar el desvalimiento de una joven árabe educada en la cultura musulmana cuando es introducida en el mundo occidental, acertada reflexión, o en la escena final, tremenda de emoción, ha resuelto de manera harto expeditiva el transcurso del tiempo y vemos más que una narración continua y con ritmo un grupo de cortos pegados y tejidos por la presencia de los mismos personajes y la misma historia pero sin una trabazón armoniosa que obliga al espectador a tener que poner lo que el director no ha puesto.
Hay películas que triunfan más por el momento de proyección y el tema tratado que por la excelencia propiamente cinematográfica que poseen. Esta es una de ellas. Lo cual no debe desmerecerlas. Pues el cine no deja de ser una de las artes más “aplicada”. Por su alcance y por lo explicito de su fondo.
De lo que no estoy muy seguro es de que la moraleja que se extraiga de la película no sea un tanto reaccionaria: Educar a los jóvenes en libertad y en un escenario globalizado puede llevar a que escojan equivocadamente. Lo que nos puede llevar a preguntarnos: ¿No será mejor educarlos en una cultura más limitada, de costumbres constringentes, en un rincón, para que así no caigan en la tentación?
O sea, lo de siempre. ¿Tanta libertad no es peligrosa?
Eso plantea la historia, no en vano es de producción americana, sobre franceses aficionados a la música más americana que hay, que pierden a sus jóvenes en otro mundo ajeno, el musulmán. Por eso lo de “mi hija, mi hermana” es una simpleza.
¿Qué me ha quedado de la película? Lo indefensas, desvalidas que viven las mujeres musulmanas, eternamente niñas. Morir con ochenta años, habiendo tenido hijos, un marido, llevado una casa, y nunca haber sido adulta. ¿Se puede ser más cruel?

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