Que alguien pierda a un ser querido
y para sobrellevarlo lo narre y le ponga como título “También esto pasará” es
toda una declaración de lo que se va a encontrar dentro. Y Milena Busquets no
decepciona. Si esta afirmación mil veces oída es un tópico del que cualquiera
debería huir si está haciendo literatura, el contenido viene a estar más o menos en la misma onda.
Podía haber entendido que se
escribiese algo así para ajustar rencores, para pasar revista a un pasado de
cuentas pendientes o incluso para cerrar el hecho luctuoso y seguir con la vida,
pero no lo entiendo para hacer una especie de exhibición impúdica de una
situación que en mayor o menor medida todos pasamos de una forma más o menos
parecida, aunque una cosa hay que agradecerle a Milena Busquets, a parte de su
valentía para escribir desinhibida y sinceramente el duelo que produce la
pérdida de un ser no sólo querido si no que ha mantenido durante años el
universo en el que te has movido, y es ponernos en el brete de aceptar que
también los ricos sufren, aunque adivino la voz airada, mía no, del que
reprocha: Sí, pero no es lo mismo perder a un ser querido en La Verneda que en
Pedralbes, o no es lo mismo irte a Cadaqués a lamerte las heridas que ir en metro
hasta el Maremágnum y darte una vuelta
por allí pensando en que volverás en metro a lo de siempre.
Toda la narración de Milena
Busquets es poco original y cuando se lee por ahí, en alguna crítica, que es
atrevida y valiente por esa forma de contar como se sumerge en el sexo en vez de en el alcohol
para ahogar la pena, este comentario habla más de la bisoñez del que hace tal
afirmación que de la valentía de la escritora al narrarlo.
Una novela corta que ha despertado
un interés que yo no entiendo ni comparto y que viene a ser una más de esas
maniobras sutiles y manipuladoras de la industria literaria que cada vez se
parece más a una industria manufacturera textil, cárnica o yo que sé.
Que se haya traducido a otros
idiomas en poco tiempo sólo pone en evidencia que el deterioro es generalizado
y que el atrofiamiento que sufren los consumidores de música desde hace lustros
está llegando a la literatura.
¡Qué Dios no perdone a las
editoriales que saben muy bien lo que hacen!
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