“…al igual que un hombre libre es, decimos, aquel cuyo fin es él mismo
y no otro”
Metafísica.
Aristóteles
Esta sencilla película alemana,
en blanco y negro, reflexiona sinceramente, sin aspaviento y sin ningún efecto
especial sobre la esencia del hombre. Y llega a un diagnóstico claro: El hombre
siempre está en guerra. Una veces incruenta y otras de una crueldad
aniquiladora pero en ambos casos guerra.
Niko Fisher es un inadaptado que
lo único que pretende es vivir lo más fiel posible a sí mismo. Y la paradoja surge gigantesca y
sorprendente. Intentar ser leal con sus sentimientos lleva al hombre a ser un
“extranjero”.
Vivir la vida libre de
prejuicios y de claudicaciones tiene un resultado evidente: El constante roce,
cuando no encontronazo, con los demás.
La realidad no tiene parada en
la que bajar o subir. La realidad siempre está en marcha. No va rápida pero no
cesa. O te subes o vas perdiendo contacto con los demás viajeros.
El existencialismo de Niko es incorruptible.
Una especie de tozudez suicida le lleva a deambular por Berlín sin oficio ni
beneficio pero firme en su deseo de no ceder ante la constante ofensiva de los
demás, que quien más o quien menos, han tomado posición y se han rendido.
Su novia le exige un
posicionamiento que él es incapaz de encontrar para poder tener una relación
estable. Resultado: Ruptura. Su nuevo vecino es alguien que quiere adaptarse
pero no puede. Resultado: Partidas de futbolín consigo mismo en el sótano. Su
amigo actor, de talento indiscutible, no acepta cualquier cosa. Resultado:
Ruptura. Su amiga de la infancia, gorda y burlada, ahora es actriz de
performance. Es delgada y parece que le va bien. Pero se sigue sintiendo gorda.
Ha claudicado y forma parte de algo. Es una herida de guerra.
Su padre, al que lleva sin decir
la verdad, que no es lo mismo que engañar, hace dos años es un triunfador que
se ha plegado a lo convencional. Un hombre que ha aceptado la realidad, sin
embargo cruel con sus sirvientes e impotente para contactar con su hijo. Pero
que sin embargo tiene claro cuál es el escenario.
Desoladora película de actores
comedidos, nada de histrionismos, de un neo-neo-realismo franco y limpio de
excesos.
Al final, el dictamen. Sin
guerra o con guerra, el resultado es el mismo. Si uno se enfrenta a la
apisonadora llamada vida social, si no se cumplen las normas, sean beligerantes
o no, el resultado es la soledad.
Niko lo ve en el viejo exiliado.
No entiende nada de lo que pasa en Alemania después de 60 años en el extranjero,
ni tan siquiera entiende el alemán.
Se muere en el hospital y Niko
pregunta,
-¿No tiene familia?
-No tiene a nadie.
-Me puede decir cómo se llama.
-No, no puedo- dice la enfermera
(Son las normas, ya se sabe protección de datos)
-Al menos, su nombre- insiste
Niko.
-Friedrich- contesta la
enfermera.
Niko, Friedrich. Sin guerra, con
guerra. Hay que adaptarse.
¿Quién no ha elegido unos estudios sin saber
lo que quería estudiar forzado por que había llegado el momento de ir a la
universidad?
¿Quién no se ha dedicado a un
oficio que no le placía porque había llegado el momento de ponerse a trabajar?
¿Quién no se ha casado porque
había llegado el momento de casarse sin desearlo?
¿Quién no ha tenido hijos porque
había llegado el momento de tenerlos?
En fin, quien no ha vivido lo
que tocaba vivir.
Y si eso es así, ¿cuándo vivimos
nuestra propia vida? La deseada, la sentida.
Y lo que es peor. ¡Qué pasa
cuando no sabemos cuál es?
Ahí se acaba la película.
Niko nos deja, pensativo, sin
respuestas. ¡Pobre muchacho!¡Pobres de nosotros!
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