Cuando uno sabe que va a probar
un jamón ibérico el paladar se predispone a unos sabores ya conocidos y que
pocas veces decepcionan. Podrá ser excelente el jamón o no, pero desde luego
habrá atisbos de esa excepcionalidad al menos. Con la literatura de Henry James
pasa tres cuartos de lo mismo. Sus narraciones cortas o sus novelones largos alcancen
el virtuosismo literario a que nos tiene acostumbrados o no, dejan en la
sensibilidad una sensación de estar lleno, que pocos autores, conmigo al menos,
han conseguido.
He disfrutado de casi toda la
obra de Henry James y me guardo para ir catando de vez en cuando algunos
cuentos y alguna novela, como el que almacena en su bodega vinos de añadas diferentes.
Esta vez se trata de un cuento
corto, “Sir Dominick Ferrand”. En principio un cuento con un argumento de lo
más truculento: Un escritor mediocre anda debatiendo con el editor de una
revista si modifica su texto o no, con el fin de publicarlo, cuando conoce a
una nueva vecina, viuda y con un hijo, que se viene a vivir a la casa en la que
él reside, alquilado en unas habitaciones. Al mismo tiempo, el escritor, en su
deambular por la ciudad tropieza con una tienda de muebles en la que compra un
escritorio, que resulta tener un compartimento secreto dónde aparecen unas
cartas escritas por Sir Dominick Ferrand. Surgen las dudas sobre qué hacer con
las cartas, si devolverlas o publicarlas. Escritor mediocre, viuda pianista y
editor cicatero juegan con las cartas, como si de una pelota de tenis se tratara. Todo, para al final, descubrir, que la viuda
es hija bastarda del aristócrata. Como se ve una historia de una artificiosidad
alarmante que a bote pronto no daría ni para una novela barata de cien páginas.
Es lo mismo que le ocurre al
jamón ibérico, que sale de un cerdo, como cualquier otro jamón. Sólo que con
una alimentación y un trato en su crianza diferente.
A Henry James, el colofón de sus
historias no parece importarle mucho. Contar y contar lo que ese narrador tan
personal que él no sé si creó pero que sí que ha convertido en un boquete
creativo por el que se han colado gran parte de los escritores que desde
entonces han sido, es lo que quiere hacer. Y lo hace endiabladamente bien. Llegar
al final del viaje para James es algo poco deseable, queda deshacer las maletas
y ponerse a planear otro. Es el viaje lo que hay que disfrutar.
En este cuento, como en casi
toda su obra, al final, hay más incertidumbres que certezas y, claro, sabes que
el escritor llega a un acuerdo con el editor, que aquel se casa con la viuda,
pero ni sabes lo que decían las cartas, ni si la viuda sabe desde el principio
que el mueble pertenece a su padre, ni si su padre era un hombre honorable o
no, ni cómo fue que sus padres se conocieron…..en fin que tienes la dolorosa
sensación de haberte quedado a medias. Y esa es la grandeza de Henry James, que
escatimando aquello que parece ser el atractivo de la historia te deja un sabor
de plenitud pocas veces alcanzado con otros autores. Sus frases intrincadas,
llenas de frases coordinadas, como muñecas rusas dentro de muñecas rusas, te
sumen en un estado muy parecido al que disfrutas en la vida con más asiduidad
de la deseada. Las reflexiones humorísticas, pero no demasiado, no te permiten fiarte
de lo que estás leyendo, pues no sabes si es cosa del narrador o del personaje,
lo que mantiene una tensión en la lectura que da musculo mental. Ojo avizor, en
cada palabra. Un minuto de despiste y te has perdido el mejunje de la historia.
Esto que sigue es un fragmento
del cuento, en el que si cambiamos Historia por historia, está resumido en
parte el estilo de este escritor irrepetible: “Contempló la encrucijada con la
disciplina de un hombre que ha hecho su elección, pero esta disciplina era en sí
misma la más exquisita de las emociones. Un cambio grande y repentino, de
hecho, y una especie de noble acto de misericordia. Creía haber tomado el pulso
a la Historia y participado del secreto de los dioses. Lo tenía todo en sus
manos, las tablas, la balanza y la antorcha. No era capaz de sostener un
personaje, pero podía, sin dificultad, hacerlo trizas. Eso podía ser una forma
de <creación>: reconstruir las partes menos agradables del personaje,
mostrar su lado desconocido….”
“Sir Dominick Ferrand”, no un
excelente James, pero sí un muy sabroso James.
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