Los lectores no están todos en las mismas condiciones para
leer algo, igual que no están en las mismas condiciones para escuchar música,
ni para degustar un plato, ni para mirar un paisaje… es decir, cada individuo
es una unidad propia con unas características determinadas y una sensibilidad y
unos conocimientos muy suyos que le permitirán mirar la vida de una forma
personal e intransferible. Es decir, habrá lectores que seguramente se han
distraído, divertido, aprendido con esta novela. Yo, en la adolescencia, me lo
pasaba pipa con las novelitas del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía y las
policiacas de Keith Luger y Silver Kane.
Pero a la hora de hacer una reseña no hay más remedio que
tomar una cierta distancia, componer una perspectiva histórica y tener unos
conocimientos de lo que es la historia de la literatura. Desde esta posición,
tengo que decirlo, los escaparates de
las librerias españolas, de la mayoría, son escaparates de productos a
la venta. Punto. Y una librería no es eso. Y un libro no es un producto que hay
que vender. Un libro es una obra de arte. Hay jamones y chorizos y quesos que
son más obra de arte que algunos libros.
A este libro de Enrique de Hériz le sobran unas
cuatrocientas páginas de las seiscientas
y pico que tiene.
Pongo un ejemplo.
Escribe el autor: “Escribo estas palabras rumbo a Barcelona,
en el vuelo 6112 de Iberia, calculo que faltan un par de horas para llegar.
Limbo, transmigración, resurrección. Conozco todos los nombres de este estado
intermedio. Ayer estaba muerta en la jungla, hoy estaré viva en Barcelona”.
Creo que hubiera bastado con: “Escribo estas palabras en el
vuelo. Ayer estaba muerta en la jungla, hoy estaré viva en Barcelona”.
Lo de que “faltan un par de horas para llegar” es puro
lastre. Así ninguna historia vuela. Se arrastra.
Hemingway, Chejov, Carver, James, los dos, y tantos otros ya
lo sabían. ¿Tenemos que volver a las andadas?
Es esta novela una historia plana en la forma y plana en el
fondo. Sin intención reseñable, de baja intensidad, nada original y nada
creativa, que se mueve no por unos caminos ya transitados si no trillados.
Hasta hay un cuento tipo “las mil y una noches”. A estas alturas. Un cuento
emplastado, sin documentación. Un poco lo que le pasa a la jerga marinera que
transita irregularmente por la narración mostrando las huellas que ha dejado el
autor documentándose, con poca naturalidad y nada creibles. Cuento y jerga al
servicio de la funcionalidad de sumar y sumar páginas. Y no digo nada de los
supuestos conocimientos de antropología de la protagonista. Nada menos que de
una antropóloga de prestigio mundial. Ni un segundo me lo he creído. Verdad es
que el autor se echó en su momentos sobre la espalda un atarea de documentación colosal que no sé
si por las prisas o por incapacidad no ha transmitido. Herman Melville sí pudo.
Por poner un ejemplo.
Los personajes no tienen una personalidad clara, todos son
el narrador. Sólo hay una voz en los dialogos.
Novela fallida y prescindible. Se titula “Mentiras” y
titulándose así cuando uno ha leído a Thomas Bernhard, espera otra cosa.
“Mentirijillas” hubiera sido más apropiado. El autor nos muestra mentiras y
ocultaciones pero de personajes de cartón piedra.
Si a esto le añado que a la vez que la leía, estaba leyendo
“Radiaciones” de Ernst Junger y “La
broma infinita” de David Foster Wallace, saquese la cuenta.
Aún así estoy dispuesto a aceptar que hay lectores que se lo
han pasado muy bien leyéndola. Pero eso es otro tema. Yo hablo de literatura,
de arte, no sólo de entretenimiento.
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