Yo leo a Nabokov constantemente. Junto con
Pessoa, Bernhard y Onetti son mis autores recurrentes. Inacabables.
Insobornables. Dueños de unos universos alimentados de entrañas, sin dobleces. O
con tantos que es como si no tuvieran. En fin, para mí, vitales. Adictivos no,
lo siguiente, que se dice ahora.
Así que lo que voy a decir de esta obra de Nabokov
que habré leído tres o cuatro veces se puede decir, con pequeños matices, de
todas y cada una de las obras de este autor. Todas ellas salpicadas de su
inteligencia, su sensibilidad y sobre todo de esa actitud lúdica frente a los
hechos, a cualquiera de ellos, hasta los más trágicos. Una actitud juguetona,
casi irresponsable, que a buen seguro fue el arma del que se sirvió para pasar
de una vida esplendida de lujos y placeres dentro de una familia más que
acomodada en la Rusia zarina, a una precaria y dolorosa de exiliado por Europa
y América.
En este libro, autobiografía más o menos
respetuosa con los hechos, lo que en Nabokov es intrascendente, el escritor
ruso nos cuenta las vicisitudes de él y su familia durante los años que
vivieron bajo el régimen de los zares y los primeros años del exilio a causa de
la llegada del comunismo a Rusia.
Los
años de crecimiento y formación como ser humano, aunque colados y cribados por
la perspectiva que dan cincuenta años después.
Es decir la novela de un joven inquieto,
perspicaz y rebelde visto a la luz de un escritor famoso inquieto, perspicaz y
rebelde cargado del humor que dan los años y la maestría literaria, plena de imaginación,
fantasía y osadía. Nabokov siempre se tomo la vida como un juego. Un juego
serio pero un juego.
Y si te pliegas a esa intención, leyendo sus
obras te diviertes, aprendes, te sorprendes y recibes la noticia de que la
inocencia hay que conservarla, aunque a veces haya que regarla.
Pasaré a poner unos ejemplos.
En este libro de 500 páginas, Nabokov parece
que está escribiendo en tercera persona y relatando como autor omnisciente todo
lo que recuerda, pero en la pg. 256, de pronto sufrimos una sacudida cuando de
esa tercera persona pasa a escribir: “… donde yo vivía contigo”. Alto. ¿A quién
se refiere? Naturalmente a su esposa. De hecho le dedica el libro. De hecho le
ha dedicado todos los libros. ¿De hecho todo lo que ha escrito se lo ha contado
a ella? A partir de ese momento en el que ya estamos en el secreto, las
alusiones en segunda persona menudean como pinceladas de color a lo largo de la
narración. Pero sin aburrir. Páginas 279, 291, 293. Él cuenta, su esposa y el
lector escuchan. Un poco más tarde también aparece su hijo. Ya somos cuatro.
Nos aguardan más sorpresas. Nabokov, siempre tan exquisito y elegante,
como debe pensar que quizás estemos aburriéndonos, se permite sacudirnos y
escribe: “… para irreverente diversión de tres putas callejeras”. No recuerdo a
Nabokov utilizando esta palabra tan grosera en ninguna de sus otras obras.
Siempre son meretrices, rameras o simples alusiones a su actividad. Pero aquí
no, aquí putas.
O ese rasgo de pícaro libidinoso, muestra del
humor, encantador, divertido, desenfadado, desvergonzado de Nabokov, pg.200,
hablando de un personaje de novela del oeste que leía en su niñez,
“… mientras sus pechos gemelos
se hunden, se hinchan en rápida y espasmódica respiración, sus pechos gemelos,
permítaseme que vuelva a leerlo, se hunden e hinchan, enfocados sus
impertinentes…”
Una evocación que presagiaba a “Lolita”.
O esta burla irreverente que le dedica a los
editores, hablando de sus antecesores, en la página 53,
“Iván A. Nabokov (1787-1852),
uno de los héroes de las guerras napoleónicas y , en su ancianidad, comandante
de la fortaleza Pedro y Pablo, de San Petersburgo, donde (en 1849) uno de sus
prisioneros fue el escritor Dostoievski, autor de “El doble”… a quien el amable
general prestaba libros. Es considerablemente más interesante, sin embargo, que
estuviera casado con Ekaterina Puschchin, hermana de Iván Puschchin, que fuera
compañero de colegio y amigo de Puschkin. Atención, impresores: dos
<chin> y un <kin>...”
Primero, al hablar del ya por entonces
célebre escritor ruso, dice que sin embargo eso no fue lo más interesante y
menciona una de sus obras menores en vez de alguno de los grandes clásicos que
han salido de su imaginación, que uno podía dudar y dado que a Nabokov siempre
le interesó mucho la temática del doble, del desdoblamiento, pues que no
estuviese tramando alguno de sus golpes de efecto, pero cuando uno se encuentra
más adelante el aviso a los impresores uno ya no tiene duda de la guasa y la burla,
el juego y la osadía que puebla su obra.
Un humor y una ironía que adquieren
categoría, al no ser recurso de escritor mediocre si no de un autor que escribe lo siguiente,
explicándonos en la pg. 215 como nació su primer poema:
“Un momento después comenzó mi
primer poema. ¿Qué fue lo que lo disparó? Creo que lo sé. Sin que soplara la
menor brisa, el puro peso de una gota de lluvia, brillando con parasitario lujo
sobre una hoja cordiforme, hizo que su punta se inclinara, y lo que parecía un
glóbulo de mercurio llevo a cabo un repentino glisado por la vena central, y
luego, tras haber descargado su luminosa carga, la aliviada hoja se enderezo.
Tip, leaf, dip, relief (tip, lif, dip, relif) Punta, hoja, inclinación,
alivio………..
Un talento descriptivo que milagrosamente
bordea el cursilismo, sin nunca caer en él y dar una exhibición de su exquisita
sensibilidad… a pesar de no estar dotado para la música, en la descripción de
unas nubes en la pg. 212, que liga con su futuro y que no pongo entera por su
extensión. Sólo un aperitivo:
“Arriba, por encima de la música
negra de los cables telegráficos, unas cuantas nubes alargadas de color violeta
oscuro con adornos rosa flamenco pendían inmóviles, dispuestas en forma de
abanico; el conjunto parecía una prodigiosa ovación de colores y configuraciones.
Pero estaba agonizando…..”.
Les pronostico a los que se aventuren a mirar
el fragmento, que al encontrarlo, sentirán algo parecido a como ir por el
bosque y de pronto verse sorprendidos por un arco iris, un animal mitológico o
un raro ejemplar de hada madrina y deberán tomar aire y respirar pausadamente
por un momento para no romper el embrujo… de una prosa que ni la traducción
empobrece.
O esta frase que explica la celebridad y el
respeto que Nabokov como prosista ha adquirido, pg.169:
“Soy feliz testigo del supremo
logro de la memoria, que es el de la magistral utilización que hace de las
armonías innatas cuando recoge en sus repliegues las tonalidades suspendidas y
errantes del pasado”
¿De qué otra manera, que la supere, se puede
decir eso con tanta precisión?
Una valoración esta, del autor supremo que
fue, que no oculta un interrogante que durante años han persistido en mí y que
no he resuelto sobre la persona que fue:
Su poca crítica al régimen casi feudal en que
vivía Rusia, su no entender la revolución bolchevique que prendió en la miseria
de las clases bajas como podía hacerlo una semilla en un pozo de fertilizantes
atómico surtido de un manantial de agua inagotable y un sol en exclusiva.
Y no me vale la explicación de que era un
agraciado del régimen y no un sacrificado. Su sensibilidad, su amor por las
mariposas y su incontestable lucidez no la hacen valida.
Mientras, ahí sigo, leyéndolo y leyéndolo.
Descubriendo en cada nueva lectura, nuevos matices, nuevas muestras de su
genio. En ésta o en cualquiera de sus otras obras. Aunque sean de crítica literaria o de poesía.
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