Lo mejor para ir a ver esta película y poder valorarla en su
justa medida es no haber leído el libro de Joan Sales y si se ha leído hay que
intentar olvidarlo y no hacer comparaciones. Porque sería injusto para aquella.
Es paradójico que una película, artefacto que proviene del
cine, arte que dispone de herramientas variadas para su ejercicio, salga la
mayor parte de las veces malparada cuando, proviniendo de un libro, artefacto
que proviene de la literatura, arte que sólo dispone de una herramienta, el
texto, se la compara con este. ¿Por qué?
Seguramente porque el texto dispone de todo el tiempo del
mundo y el film debe ceñirse al fajín comercial de las salas de proyección.
Hay excepciones a este aserto: Muerte en Venecia, Apocalypse
Now, Los Padrinos, adaptaciones inglesas de clásicos victorianos y alguna más. Pero por lo general
uno siempre sale insatisfecho de la proyección si antes ha leído el libro.
No me ha pasado a mí en este caso aunque de entrada salí
insatisfecho y diciéndome que era una mala adaptación pero una buena película.
Y que el guion estaba bien. Un lio. O sea, ¿Qué era mejor el libro o al
película?
El libro trata de una historia en la que se refleja ese
periodo de la vida de las personas que se denomina juventud que además se
desarrolla en esa batidora que se llamó “nuestra Guerra Civil”. Un momento
donde se cruza la incierta gloria de la vida con la incierta gloria de la épica
que hay en toda guerra, expuesto a través de cuatro voces y de manera
diferente, estilo epistolar, indirecto, reflexivo, introspectivo, dándole a la
narración literaria un tufo existencialista que la hace imperecedera.
Un libro de tal riqueza permite múltiples adaptaciones, bajo
puntos de vista variados y algunos enfrentados. A mí personalmente esta
adaptación me parece que no hace justicia a la fuente literaria y que titular
al película “Incierta gloria”, sin estar del todo equivocado, no es tan
incierta gloria como el libro.
Del existencialismo complejo del libro, la adaptación ha
pasado a una historia de amor con tintes de teatro griego. Se ha pasado de una
complejidad a un esquematismo. ¿Eso es malo?
Si uno es capaz de separar los dos artefactos, no. Porque la
película es una gran película, de unas imágenes muy potentes, como suele ser
habitual en Villaronga, con un discurrir muy calibrado y equilibrado, con
ciertos ecos tétricos y unas interpretaciones que cuando la impronta del
director es clara y decidida queda muy sujeta a su intención y que no puede ser
otra, en el caso de este director, que cargar a los actores con cierto matiz expresionista,
y no porque se desarrolle la película en la tierra de Goya, que en otras
películas no es así y el matiz ahí está. Es tendencia natural del director. Los
oscuros le chiflan.
No hay paso del tiempo en el film y el corto y pego de dos
personajes en uno, realza por un lado y pierde por otro. Queda el tiempo como
secundario en la película para dar realce a las figuras humanas. Se habla de
sobrevivientes y perdedores en la cinta, del amor y del odio, tremendamente
“villaronguese” la relación de la Carlana y su padre, mientras que en el libro
todos son perdedores incluso en la victoria como no puede ser de otra manera
cuando el paso del tiempo es el horizonte.
Seguramente se puede hacer una mejor adaptación del libro,
como ya he dicho, pero eso no garantizaría una buena película y ésta lo es.
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