Es un mecanismo muy del ser humano éste que
tiene como consecuencia que ante un hecho que hemos vivido o un suceso que
hemos presenciado, luego, a la hora de explicarlo, exageremos. Casi siempre con
la sana intención de despertar en nuestro oyente las mismas sensaciones que
despertó en nosotros. O simplemente de ponerle en la situación que nos vimos
nosotros, dejando lo de la sensación a gusto de su sensibilidad.
Claramente, transmitir el hecho en plan
periodista informativo, no merecería la pena. Ni la situación, ni contador, ni
oyente se lo merecen.
William Gaddis, en esta novela, que cuenta
las desventuras de varios personajes sumidos en el mundo judicial de las
demandas, contrademandas, contracontrademandas y así hasta la extenuación o la
muerte natural, adopta esa actitud.
El mundo, en general, ya hace siglos que dejo
de ser ese mundo simple, elemental que cumplía la máxima de que a toda acción
le corresponde una reacción de la misma magnitud pero de sentido contrario. El
mundo es multivectorial y desde luego no se mantiene en equilibrio para nada. O
sea, lo del caos es una aproximación. En realidad es mucho peor.
Y en concreto la parte de los juzgados que
pertenece a ese mundo se lleva la palma. Paradójicamente donde con más motivo
debía reinar la simpleza, la sencillez y la claridad es donde más tinieblas
hay.
Para que sintamos esa sensación, la que vive
todo el que se ha sentido alguna vez atrapado en ese mundo, especialmente loco
en los USA, cuna y paraíso del capitalismo Gaddis adopta una forma de narrar
parecida a la que tienen las ondas eléctricas para propagarse. En ondas.
La narración es un tobogán que en su
estructura general pasa de unos diálogos teatralizados, responsables de
mantener la historia sin la clásica colaboración de la voz del narrador que va
apuntando describiendo, exponiendo a unas breves peroratas dónde da la
impresión de que el narrador se resarce de haber estado veinte páginas
trascribiendo lo que hablan los personajes sin
poder meter baza. Esta estructura que en un teatro sería diálogos más
escenario y de vez en cuando la voz en off, que sería el narrador, pasa a ser
teatro puro en algunos fragmentos de la historia. Aliñada con fragmentos de
informes judiciales que son la constatación de la alimaña. Además de continuos
flashback y representaciones teatrales
dentro del teatro. En resumen, toda una muestra de un escritor en la
plenitud de su talento.
Gaddis consigue con esta técnica hacer
inmediata la narración, tenernos enganchado a lo que sucede sin poder mantener
la distancia que un narrador descriptivo nos permite y así meternos en el
escenario que con sus voces los interlocutores van indicando. El galimatías, la
tela de araña aniquiladora que supone verse inmerso en un proceso judicial nos
salta a la cara.
Y no sólo la proximidad invasiva si no los
variados puntos de vista que nos son comunicados al tener que leer lo que
diferentes personajes opinan sobre los sucesos.
Un trabajo de filigrana pues todo lo que es
licencia literaria adquiere otra dimensión al tener que acoplarse a la dinámica
de los diálogos más imbuidos de la inmediatez del hecho y menos reflexivos o
flexibles al juego creativo.
Por eso, alternándose, aparece la voz del
narrador que como un sediento lanza su parrafada de resarcimiento.
El mundo de los tribunales es una locura
implacable. Y había que reflejarlo no sólo en el fondo si no en la forma de
contarlo y William Gaddis lo consigue de largo.
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