Uno de los problemas con los que se encuentran los artistas
que han llegado a su cima creativa, en cualquier disciplina, es, no mantenerse,
si no qué hacer a continuación.
Yo, que llevo disfrutando de la música desde los setenta,
observé que por los ochenta empezó a suceder algo que después ya se hizo normal. Un grupo o un músico debutaba
con un producto absolutamente personal y elaborado, triunfaba a tutiplén…. y
después qué.
Un ejemplo paradigmático de esto es Dire Straits, sus dos
primeros discos, Dire Straits y Communiqué, los mejores, fueron propios de un
grupo sólido, con las ideas claras y un Mark Knopfler en estado de gracia. Discos
frescos, talentosos, originales.
Después…por aquí, por allá….se acabó lo que se daba.
Nada que ver con los primeros discos vacilantes, con fuerza
pero sin cuajar de The Beatles, The Doors o The Rolling Stones que tienen que
esperar a su cuarto o quinto disco para triunfar y tener un estilo personal y
diferenciado.
Hasta hoy, en que abundan los artistas de un solo disco, a
veces ni bueno, que salen al escenario y brillan como una cerilla.
Y es que en las casas de discos, los de mercadotecnia han
aprendido mucho y lo emplean mal y los productores musicales ponen en el disco
tanto o más que el autor.
Así que no es raro que continuamente se vuelva la vista a lo
que fue. Y reunidos en conclave se decida hacer un disco de versiones. Ya se
sabe, si no hay veta hacia delante, mejor volver para atrás.
Las versiones tienen un problema: Si haces versiones de
éxitos, lo tienes complicado para superar el original o para darle un nuevo
aire y para hacerlas de temas del montón, pues igual mejor te pones a crear tú.
Diana Krall, poderosa y magnífica voz del jazz, desde su
primer disco deslumbró. La calidez de su voz, la intensidad de sus
interpretaciones y digámoslo todo, el maravillosos universo musical que ofrece
el jazz en el que se mueve con maestría la han convertido en la reina
indiscutible del mismo.
Está en la cima. ¿Y ahora qué? No quiere repetirse y hacer
otro magnífico disco de jazz. Y es entendible. El artista necesita retos, hacer
cosas nuevas. Y se plantea este disco y
lo hace.
Se ha cruzado en el camino con Bob Dylan que venía. Ella ha
hecho el camino contrario al de él, ella ha ido del jazz al mundo del rock y
las baladas. Pero les diferencia una cosa, mientras Dylan ha olvidado su estilo
y se ha plagado y sumergido en las canciones, Krall ha hecho suyas las
canciones, y el resultado ha sido medio pasable cuando la canción se acercaba a
su estilo. Así, resulta aceptable “Sorry seems to be the hardest word” de Elton
John, parece que incluso se enchufa en la
versión de la canción de 10CC, “I’m not in love”, y sólo los arreglos hacen intensa
la canción, al final.
Hay otras
versiones que sólo consiguen echar de menos el original y otras que son, de la
misma manera que el original, grises. Aunque la voz de Diana Krall siga
hipnotizando.
Nadie que haya escuchado “Desperado”, interpretada por The
Eagles, o “California Dreamin’” de The Mamas & The Papas, o la estupenda “Alone again naturally”
cantada por Gilbert O’Sullivan entenderá la razón de estas versiones. Artísticamente
hablando, claro.
Porque las versiones también son un reto y no una manera
segura y cómoda de hacer algo mientras vemos hacia dónde vamos. Ahora mismo me
vienen a la mente tres versiones magníficas de tres canciones brillantes. La que
hace Neil Young de “All Allong
The Watchtower” de Bob Dylan, la de Johnny Winter de “Highway 61 revisited”
también de Bob Dylan o la versión sobrecogedora del “Hallelujah” de Leonard
Cohen que hace el tempranamente desaparecido a los 31 años Jeff Buckley y que si no te conmueve es porque no tienes
emociones.
Si alguien quiere disfrutar de Diana Krall
que vaya sus primeros discos, llenos de swing y jazz, cálidos y algunos ardientes,
imperecederos. Y más baratos.
Y cuando se trate de versiones no quedarse en
ellas, ir al origen. Más de uno, en estos tiempos en que la música se vende
como si de embutidos o chucherías se tratase, se llevará agradables sorpresas.
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