En el arte cinematográfico, quizás
también en algún otro, debería empezar a suceder que junto a la advertencia de la edad aconsejable para
ver una película en función de la madurez personal, que se mide en años, cosa
discutible, otra en la que se indicase la conveniencia de ir a verla en función
del cine que se ha visto. Por ejemplo, en el caso de ésta, si se ha visto el
cine de Federico Fellini, el de David Linch, el de Peter Greenaway y el de
Terence Malik ya no es imprescindible ir a verla…no habrá nada nuevo y sí una
lamentación por la falta de atletas capaces de batir el record y añadir algo a
lo inventado por estos directores.
Ésta es una película
que llega hasta mí precedida de una excelente crítica, en general, y de unos
cuantos premios, cuando en realidad es un film que pertenece a lo que se podía
llamar cine de mantenimiento.
El cine de
mantenimiento es ese cine que sin poder superar a sus modelos o influencias al
menos contribuye a que los caminos de arte, expresividad y creación de los que
beben, permanezcan vivos. Una película que parece que va a tener que decir algo
en los Oscar, El Gran Hotel Budapest, también es una de esas películas que
sirven de recordatorio.
En este film hay claramente dos apuestas
narrativas, que pueden ligarse si se quiere con la forma y el fondo. Una
estética y otra de contenido, que no de
ética.
El problema de la
estética es que se mueve con pies de plomo, quiero decir avanza muy poco a
poco. Hay que esperar lustros para olvidar una escuela y una vez olvidada
ponerse a trabajar en otros planes. En
esta historia la amalgama, de estética y florituras, es tal que parece un
compendio y el contenido de la misma viene a servir de coartada, pues la vista
es un sentido muy limitado…si no se adereza convenientemente.
Si esta película
hubiera sido una caja con cosas que algún conocido te hubiera ofrecido como
presente, tú educadamente se lo habrías agradecido y después, al abrirla a
solas, te hubiera sucedido que al ir viendo las cosas, habrías ido diciendo:
Anda, esto ya lo tengo; pero, mira, si esto lo vi en casa de; hombre, pero si
esto fue lo que me dijo…etc., etc. Y así durante toda la película.
Si a esta historia
le quitas lo felliniano, le restas la pedantería y aburrimiento de Malik, le
extraes las ocurrencias a lo Linch y le afeitas las reminiscencias
estético-musicales de Greenaway….queda la extraordinaria interpretación
de Toni Servillo que deja bien claro que ha entendido al personaje y los textos
sobre la banalidad de la vida y el sálvese quien pueda que parece que vienen de
Celine, por la entrada en los créditos, pero que bien podían haber venido de
Cioran, Camus o cincuenta ideólogos más de lo que se ha dado en llamar la falta
de sentido de todo esto. Es decir, cine de mantenimiento.
Una peli sobrevalorada, manierista,
fruto de un alumno aventajado que no se ha perdido muchas de las clases de cine
que en los últimos lustros se han impartido pero que no añade nada nuevo al
cine.
De todo ello no tiene la culpa Toni
Servillo y sólo por disfrutar de su personaje merece la pena verla….sólo por
eso.
Para acabar, si miran la imagen que
he puesto del film y se acuerdan de “El último tango en París” no se extrañen.
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