En esta última película de Frears, la historia que nos
cuenta goza de la sobriedad y el buen
hacer de este director inglés que toque el tema que toque en sus películas
siempre tiene uno la tranquila sensación de que podrá o no disfrutar del film,
pero perderse no se va perder. Un guión milimétrico que no tiene ni una escena
de relleno camina sin prisa pero sin pausa hacia su desenlace.
Pero, hay un pero, por encima del melodrama, intenso y muy a
propósito para España, en estos momentos, destaca la interpretación de los dos
protagonistas. Algo que no sé si es bueno o malo para la película. Me explico.
En una obra de teatro hablar de afectación, extralimitación, histrionismo o
como se quiera llamar a esa tentación de los actores aclamados de poner la obra
a su servicio y no al revés, como han demostrados las veces que yo los he visto
tanto Nuria Espert como Josep Maria Flotats, no es importante pues en el teatro
se realiza una catarsis colectiva, es decir hay un pacto de todos los presente
para fingir que aquella historia está sucediendo y sacar de ella el jugo, la
esencia de aquello que se trate. Contra eso los actores poco pueden hacer y
se dejan ir, engolando la voz, comportándose afectadamente o incluso
haciendo guiños al público. En el teatro hay una complicidad de todos con
todos. Esto en el cine no pasa. En el cine el actor debe ser creíble. Es muy
arriesgado que un actor se quede mirando a la pantalla. Eso saca de una patada
al espectador de la historia.
Para mi gusto, a esta película le hubiera venido mejor unos actores más contenidos y menos teatrales, aunque debo decir que se movieron al borde del exceso. Sin sobrepasarlo nunca. O poquísimo. Pero esta película, por la temática, necesitaba unos actores menos decisivos, más a remolque de lo que se narra.
Para mi gusto, a esta película le hubiera venido mejor unos actores más contenidos y menos teatrales, aunque debo decir que se movieron al borde del exceso. Sin sobrepasarlo nunca. O poquísimo. Pero esta película, por la temática, necesitaba unos actores menos decisivos, más a remolque de lo que se narra.
Porque al salir de la sala está en la mente de los espectadores
la buena “interpretación” de los actores contándonos su historia. Cuando debía
de quedar por encima de todo Philomena y sus circunstancias, y no lo bien que
Judi Dench le da vida.
Una vez aceptado este exceso de actuación, que la película
tiene algo de teatro, ésta se deja ver, se disfruta y en la mente de los
espectadores queda, si consiguen deshacerse de los trabajos interpretativos, el
poso de alguna lección de historia y alguna otra de vida.
Las de historia. ¡Qué jodidamente mal lo han pasado los irlandeses!
Cuando no los machacaban los ingleses venían los americanos y los compraban. Y
entre medias, la religión católica para anestesiarlos y que fueran al patíbulo
tranquilos y dóciles.
Los irlandeses se hicieron católicos para defenderse de los
ingleses y no sé yo que es peor.
Las de vida. Philomena, a su pesar, ha tenido que vivir y
ahora al final de su existencia, sólo quiere saber. Nada de ajuste de cuentas,
nada de recriminaciones ni odios, sólo un poquito de consuelo. Su compañero de
andanzas todavía no ha sucumbido y se rebela contra la ignominia y el desprecio
por los demás. Aunque al final no deja de entrever que su destino será algún
día parecido al de Philomena: Alguien hecho a su pesar. Como todos. Como Gonzalo Torrente
Ballester nos contó en su novela.
Un melodrama conmovedor que no quiere ser otra cosa.
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