miércoles, 25 de marzo de 2020
“Guerracivilandia en ruinas” de George Saunders
Si Kurt Vonnegut ilustró como nadie la actitud crítica con su época y le puso acidez con una pizca de esperanza, George Saunders hace algo parecido pero ya sin esperanza posible, con una resignación de no retorno. Esto se acabó.
Hoy ya nadie escribe utopias, parece que no está el ánimo para intentar engañarse pensando en un mundo futuro más humano y más digno, en el que los valores conocidos como “humanos” prevalezcan. Demasiado tiempo esperando, demasiadas decepciones y demasiados engaños.
Ya no hay ni ánimos para imaginar una salida positiva a esta existencia tan materialista en la que se ha sumergido con todas las consecuencias “el ser más inteligente del planeta”.
Así pues llueven las distopías. Para eso no hace falta mucha imaginación, basta con hacer una proyección de nuestro tiempo con una dosis de deducción bastante razonable. Sobran las evidencias.
Entre esta lluvia de distopías, los relatos de Saunders caen como granizos de un tamaño terrible. Contundentes, cargados de desesperanza, implacables. No se vislumbra un rayo de esperanza más allá de ver una amapola mustia, una, en un inmenso campo de trigo agostado que ya no se siega. No se sabe si porque a los seres humanos de ese futuro le faltan los dientes, porque no tiene maquinaria adecuada y no conoce la hoz o porque ya no recuerdan que con el trigo se hacía pan. Desolador.
El ser humano en el universo de este escritor es maléfico, avaricioso, degradado, resignado y lo poco humano que se vislumbra, la amapola mustia, es fruto de la inercia y del instinto más animal. De hecho abundan en sus historias escenarios artificiales que se le ofrecen a los seres humanos de ese tiempo recordando el pasado. Un pasado que es nuestro ahora pero que en el tiempo de su relato se antoja paradisiaco.
Para ilustrar esa artificialidad Saunders utiliza las palabras como si fueran brochazos y así en pleno lienzo de la historia te habla de “Ejercicios de Respiración para Mitigar el Odio”, “Seminario de habilidades Antiguas”,”Observación Clandestina de Nuevo empleado” como ahora se habla de “Recursos Humanos”, “Dirección de empresa” o “Empleado del mes”. Se puede apreciar claramente los niveles que ha descendido la consideración humana.
En el futuro de Saunders todo es un centro comercial gigantesco que copa todos los sectores de la vida social. Ya no sólo te venden cosas, si no que simulan la vida. No hay escapatoria pues. En ese mundo, o eres un cliente o eres un trabajador del centro. Ser una cosa u otra no garantiza nada.
El natural acontecer ha desparecido y si está es una excepción perseguida que se trata de aniquilar. Todo está programado con el fin de evitar sorpresas.
Lo más sorprendente de estos cuentos es que si vuelves a ellos cada lustro, verás que cada vez parecen menos distopías y aquí y allá, por este mundo, van pasando cosas de las que habla Saunders. Como si el mundo siguiese sus libros.
Gracias a este autor y a los demás distópicos nunca podremos decir aquello de “es que nadie nos la había dicho”.
Un mundo feliz, 1984, los cuentos de Saunders, los movimientos ecologistas, es que se ve venir.
¿Cuentos distópicos hoy, realismo mañana?
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