No recuerdo un final de película tan potente como el de
ésta. Más que en una historia de amor y entrega, yo pensaría en una historia
sobre la fragilidad humana. La última foto del film refleja como el corazón y la
mente humana nunca dicen basta aunque la esperanza de felicidad se haya
evaporado. La fragilidad del ser humano y su búsqueda de un refugio, sea el que
sea, reflejados en una huida sin retorno ante una situación de pesar
insostenible sin por eso dejar de acudir a la cita con lo único que le puede
facilitar el retorno. Un retorno que ya se ha producido pero para el que la
protagonista no está ya capacitada. No se puede transmitir más en una imagen.
“Regreso a casa” está ambientada en China, en el final de lo
que se llamó “la revolución cultural”, que supuso un recrudecimiento de la
tiranía comunista, que llevó a muchos intelectuales y críticos a sufrir
deportaciones y encarcelamientos masivos, y comienzos de la apertura del sistema tras la
defenestración de la llamada “banda de los cuatro”. En este escenario la
historia refleja múltiples matices.
Como las ambiciones personales y el estado omnipresente
tejen en la sociedad una red de peligrosas influencias que pueden marcar
nuestra vida para siempre.
Como el corazón humano nunca pierde la esperanza y a pesar
de las dificultades una y otra vez desea recuperar aquello que fue su hogar.
Como la mente humana antes de explotar, desconecta y se
refugia en el menor indicio de que el pasado puede retornar y ser lo que
siempre fue.
O sea, debilidades. Fragilidad.
Todas ellas englobadas en ese regreso a casa que, una y otra
vez, intenta el protagonista de la historia pero que sin embargo es el objetivo
de los tres protagonistas. Cada uno
desde una deportación diferente. Y ahí nos damos cuenta de que quizá la
deportación menos dolorosa, menos traumática es la física que te imponen. Al
fin y al cabo nos la han causado otros. Que las más dolorosas son las aceptadas
y provocadas por nosotros mismos.
Un guion excelente que teje con la cotidianidad de una china
gris, hacinada, sin esperanza, un tapiz en el que tres voluntades ya nunca
podrán empujar en la misma dirección pues los avatares de la vida los ha
colocado en mundos de dimensiones diferentes. Se rozaran, serán amables los
unos con los otros, pero imposible construir ya nada. Todo, ruina y nostalgia.
Una película perfecta.
Y eso que intentar captar en los rostros de los actores
chinos una complicidad emocional se me torna imposible. Pero la intensidad de
los hechos lo suple con suficiencia.
“Regreso a casa” es una pura metáfora de ese regreso que se
empieza a gestar desde el primer segundo en que ya comenzamos a tener pasado. Siempre
en el presente hay razones para desear un regreso al pasado, a esos momentos
del pasado en que todo parecía posible y perfecto. Esa metáfora que encierra
esa frase tan manida: “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.
Una película enorme de múltiples resonancias. Sucede en
China, pero no nos engañemos, podría suceder en cualquier sitio. El comunismo
es anecdótico. Sólo la mente y le corazón humano y nuestro anhelo de felicidad.
Que lo complica todo a la vez que se nos hace imprescindible.
La imagen final, repito, colosal. Algunas veces un regreso a casa es eso.
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